¿Quién se hubiera imaginado que aquél loco que llegaba de Estudiantes con su raro pelo teñido sei iba a transformar en este titán que hoy admiramos?
Muchos hubieran apostado un auto contra una pila usada a que Palermo no iba a llegar hasta sus 37 años jugando en Boca, siendo ídolo, figura y goleador. Pero los años lo hicieron cada vez más fuerte, jugó cada vez con más ímpetu, empezó a querer la camiseta, a acariciar la gloria y a meterse en cada uno de los corazones xeneixes.
Martín, como cada uno de nosotros le dice, pasó a ser parte de esta familia y nos llena de orgullo. En lo personal, considero que cuando tenga la posibilidad de contarle a mis hijos que más allá de su torpeza con el balón en los pies, hacía goles como quería, de todos lados y que tenía como fuerte los cabezazos, voy a tener una extraña sensación mezcla de felicidad y melancolía. Obviamente que no voy a desmerecer ninguno de todos sus goles: un penal con los dos pies, un cabezazo de treinta y nueve metros de distancia, el famoso gol después de la lesión del cruzado anterior, el gol bajo la lluvia en las eliminatorias, el gol del mundial y los dos inolvidables en la intercontinental. No hace falta mencionar contra qué equipos fueron o quienes fueron los infortunados arqueros que pasarán a la historia por haberlos recibido, todos los hinchas lo recordamos perfectamente y este momento no es para ellos, es solamente para Martín.
Así que voy a resumir agradeciéndole al hombre que supo llevar la camiseta 9 de mi club haciéndonos felices durante tantos años por ser Martín, un verdadero titán y por hacernos emocionar en cada grito. Te vamos a extrañar.
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